
Comencé en los mercados siendo apenas un adolescente, en los años 80. Gracias a ese inicio temprano, no solo construí una carrera en el Trading, también construí una vida con independencia, propósito y visión.
No nací en el seno de una familia rica. Crecí en una casa normal, mi madre era bibliotecaria y mi padre conducía su propio taxi. Éramos una familia normal, con una vida normal.
Pero, gracias a mi padre, hubo dos eventos que transformaron por completo nuestra vida y marcaron mi camino definitivamente.
Mi padre comenzó a tener como cliente fijo a un Corredor de Bolsa de Wall Street que estaba obsesionado con el oro. En cada recorrido entre las calles de Manhattan, le hablaba a mi padre del mercado del oro y le intentaba convencer una y otra vez de que él también debía comprar.
Su insistencia fue tan grande que al fin lo convenció. Mi padre empezó a comprar una onza de oro cada semana, siguiendo el consejo del corredor: la clave era invertir con constancia y disciplina para ver resultados.
De esta manera llegó a acumular una cantidad interesante de oro, el cual compraba a $35 dólares la onza. Cuando el precio del oro fue liberado, cada onza llegó a costar $800 dólares.
¡De 35 a 800 dólares!
En ese momento nuestra vida hizo ¡Boom! Cambiamos de casa, de barrio, de colegio, dónde hacíamos las compras, lo que se servía en nuestra mesa... Todo cambió.
Pero, aunque mi padre sentía interés por los mercados financieros e intentó jugar, no tenía el conocimiento ni el entrenamiento necesario. Él quería repetir su hazaña del oro, pero ese fue solo un golpe de suerte.